miércoles, 10 de julio de 2013

NUNCA HABRA UNA CONCLUSION.

Me gusta el silencio, la ausencia de ruido, el poder estar en comunicación directa e ininterrumpida con mi propia mente. Pero, de un tiempo para acá, me he vuelto un poco más resistente a las interrupciones del medio ambiente, de las cosas que están alrededor de mí.

Los últimos días los he dedicado solamente a consumir información a través de Internet. Seguramente esto es una forma más de evadirme de la realidad, siempre he tenido problemas con la realidad, aunque últimamente estoy confundido en cuanto al significado verdadero de la palabra “realidad”. En ocasiones las ideas martillean dentro de mi cabeza como golpes sordos de una marabunta que se cierne sobre mí y de la que llevo tratando de huir desde hace diez o veinte años. Aunque también debo admitir que cada vez es menos frecuente esta sensación.

Más que en otras ocasiones necesito escribir, pero también es cierto, que me es más fácil escribir en la actualidad que en otras ocasiones. Escribir sirve para calmarse, para verse reflejado en el papel escrito (pantalla en este caso), para dosificar nuestro propio ser y comprendernos mejor, a través de una copia al carbón de nuestros pensamientos.

En ocasiones siento que no encajo en ninguna parte, esto que es normal a los 15 años, me parece preocupante a los 28. Me pregunto si seré el único.

Me pueden llegar a aturdir las rutinas, las obligaciones, los quehaceres, los deberías. Nunca he sido un obsesivo por el orden, yo más bien siempre he dicho que el desorden significa trabajo, el desorden significa naturaleza, avance, cambio y en síntesis vida. Y aunque es verdad que es indispensable el orden para ciertas actividades humanas, no creo que una de ellas sea el pensamiento, al menos no el pensamiento artístico, el pensamiento creativo, el pensamiento que es capaz de unir dos cosas completamente distintas para crear un objeto original y nuevo. Ésa es la diferencia entre un ingeniero y un artista. Y eso es lo que hace que ambos sean mutuamente indispensables.

Otra idea que me ha saltado últimamente es la percepción de que todo está siempre en constante cambio, nunca existe una obra terminada, siempre esta todo inconcluso en la vida. Me atrevería a decir que la conclusión es un espejismo que nosotros nos creamos. En la vida real no existen finales felices, vamos de hecho ni siquiera existen finales a secas.

Todo es un continuo ahora mismo, podemos fácilmente trazar una línea, que una la época moderna hasta la época de las cavernas, pasando por todas las épocas que nos hemos construido artificialmente, para poder estudiarlas en las clases de historia de las escuelas. Sin embargo todo sigue siendo lo mismo, en el sentido en que todo sigue siendo un constante cambio.

Desde la época en la que los trovadores paseaban de ciudad en ciudad, cantando a cualquiera que pudiera pagarles, pues en ese momento no existían los reproductores MP3. Hasta la época actual en la que las personas se reúnen adentro de discotecas a escuchar grabaciones musicales que alguien hizo hace muchos años, incluso a escuchar grabaciones musicales hechas por personas que ya han muerto.

La gente sigue siendo genéticamente la misma, emocionalmente muy parecida, y sus metas e ideales, aunque en formas distintas, poco han variado en su fondo.

Alguien que en el siglo pasado hubiera alcanzado la excelencia en la construcción de algún tipo de instrumento de cuerdas, y que por esto haya pensado que su labor había concluido, poco se imaginaba que en el nuevo siglo vendrían nuevas tecnologías que traerían formas de música que las personas de su época ni siquiera hubieran podido imaginar en sus sueños más rocambolescos.

Lo mismo podemos decir de la época actual, nada de lo que hagamos será definitivo jamás, y las cosas que traerán las siguientes generaciones sin duda nos harían quedarnos con la boca abierta, el ojo cuadrado y demás deformidades físicas provenientes de nuestro asombro.

Ambos pensamientos, el hecho de que el desorden es inevitable pues el propio universo tiende a la entropía, y el hecho de que ninguna cosa está completa nunca, me parecen sumamente inquietantes, y al mismo tiempo tranquilizadores.

El saber que nada de lo que yo haga será suficiente jamás, me parece personalmente desalentador. Pero el hecho de saber también que, no soy responsable de absolutamente ningún aspecto de la existencia, o mejor dicho de la realidad que compartimos, me parece una razón más para relajarme, dejar de estar en guardia, y simplemente sentarme y ver el paisaje si es que así me apetece hacerlo en ese momento.

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